A Juan Pinilla


Respuesta a Juan Pinilla

08.10.2008 | 16:36
 Como especialista en nada, me puedo permitir el lujo de comportarme como un voyeur del arte, es decir, mirar sin ser visto y disfrutar sin ser oído. Como tal, desde hace años, asisto de libre oyente a las lecciones ex cátedra que imparten algunos flamencos, muy pocos, uno de ellos es Juan Pinilla.
El viernes pasado Huétor Tájar se volcó en la inauguración de la peña flamenca que lleva el nombre del joven cantaor local. Y si los de su pueblo lo han visto crecer, un servidor lo he visto agigantarse a golpes de humildad. La humildad es una decisión, no una cualidad del carácter. Son humildes los que deciden serlo, no los que están obligados a serlo por su falta de cualidades. En ese contexto puedo asegurar que es mejor cantaor que buena persona.
Juan Pinilla conoce perfectamente esa norma sagrada de la humildad flamenca que equivale a la soledad. Porque el cante jondo es solitario y no se dirige a un auditorio, aunque su fuerza sea tal que se lo concilie indeseado, y entonces, por la hondura salobre de donde brota, asuma una virtud sibilina y una significación para todos. Pinilla, que lanzó su voz en plena soledad como Juan el Bautista, se ha visto, a pesar suyo, rodeado de una muchedumbre que cree oír de sus labios su propio horóscopo. Nos encontramos, además, ante uno de esos cantaores capaces de reunir continente y contenido, ética y estética. Agua pura del Jordán flamenco.
Juan Pinilla tiene 27 años y una caracola en la garganta. En ella resuenan los ecos lejanos de antiguos sones que expresan la pasión inevitable de esos hombres y esas mujeres que la entonan, mujeres y hombres de una fina sensibilidad de artistas, indignados por las injusticias históricas; dotados de una fantasía peligrosa, del sentido innato de lo bello y lo fastuoso, nacidos para actuar de príncipes en poemas orientales, con un ansia pánica de infinitud, de agotarlo todo y de agotarse en gestos lacerantes y efusivos, y que será muy difícil esquiven la tragedia pues se avienen a todo, menos a lo mediocre.
Tales seres excepcionales, sumamente sensibles a los albores del azar, de una imaginación plástica que requiere el símbolo visible, el ídolo para vincular en él sus afectos, tendrán muy pronto trazado su destino y su salvación o su desastre. Serán grandes artistas o grandes mediocres, o pasarán sin transición de una a otra grandeza, como aquel Miguel de Mañara en el mito, si interviene, oportuna, la gracia. Y puedo garantizar que en el caso de Juan Pinilla ha intervenido.

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