LOS CACHÉS FLAMENCOS / ARTÍCULO PUBLICADO EN GRANADAHOY

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FLAMENCO

Los cachés: funambulismo en la cuerda de la crisis

El mejor reparto de los fondos públicos para que sobrevivan los festivales flamencos debería ser uno de los desafíos de la Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco
| ACTUALIZADO 23.01.2011 - 05:00
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1. La mayoría de las primeras figuras del flamenco se situaron por encima del millón de pesetas 2. El Cabrero. 3. Chocolate, durante una actuación en la Bienal de Flamenco 4. Abajo, la cantaora Carmen Linares.
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En el mundo del flamenco hay que partir siempre de una realidad: no existe convenio alguno que estipule unas cifras mínimas del dinero que un artista debe percibir por actuación dentro de los parámetros de la dignidad. Es más, me atrevería a asegurar, que si alguna vez esto se ha intentado, como en otros ámbitos de la vida, siempre ha llegado el guitarrista de turno, o el cantaor buscavidas ofreciéndose por menos. Al margen de opiniones personales que ya estudiaremos en otro momento, los años de bonanza sirvieron para encarecer los cachés y enriquecer a los intermediarios, como veremos más abajo. Hemos evitado dar nombres por una cuestión deontológica. No estamos denunciando a los artistas en cuestión, si no una complicada situación en la que participaron las administraciones.

Los llamados cachés de los artistas flamencos experimentaron un ascenso espectacular en los años noventa y principios del nuevo milenio. La mayoría de las primeras figuras se situaron por encima de la cifra astronómica del millón de las antiguas pesetas, ese famoso millón que llegara a cobrar en vida el mismo Camarón.

Con el paso a los euros, esos seis mil, por redondeo, se situaron casi por defecto, rondando los diez mil y en algunos casos los quince mil. De estas cantidades, los intermediarios se llevaban un buen pellizco. Explicado esto, nos damos de bruces con el principal problema de los festivales: el excesivo coste de los cachés. Un problema del que han sido partícipes las administraciones locales y autonómicas y que constituye la primera causa de la paulatina desaparición de los festivales flamencos, que se cifra ya en un 80% en cifras negativas.

Si hacemos números, nos encontramos con que un festival flamenco podía acabar con el presupuesto de todo un año de las áreas de cultura de los municipios.

Ahora bien, según cifras objetivas que nos han aportado varias agencias de contratación, artistas y organizadores, la crisis ha venido a minar esos cachés, reduciendo a la mitad, la mayoría de los casos, y a una tercera parte, en los casos más extremos. Nos referimos a los artistas que durante mucho tiempo han sido cabeza de cartel y excluimos de este análisis a aquellos que han encontrado su momento en los últimos años y que, por circunstancias, actuaron en solitario, sin compartir cartel y han llegado a percibir cifras que van desde los 18.000 euros, tres millones de las antiguas pesetas, hasta los 30.000 en festivales de gran presupuesto.

Tomemos un ejemplo reciente. Lebrija es un pueblo con una tasa de paro que ronda el 30 por ciento. Su festival flamenco es uno de los más prestigiosos: La Caracolá de Lebrija. Según datos contrastados, nos parece inadmisible que en la pasada edición dos artistas hayan percibido casi 50.000 euros. En este mismo festival, un artista cuyo caché ronda normalmente los 3.000 euros, subió hasta los 8.000 empujado por los otros. En definitiva, en la situación que se encuentra la economía actual, este gasto nos parece abusivo y digno de un debate que sitúe razonablemente un tope máximo para los artistas que quieran entrar en los circuitos de festivales. Esto conllevaría un ahorro significativo, más dinero para otras opciones culturales, que más municipios puedan asumir este caché y por consiguiente realicen festivales, un aumento de la oferta para los artistas que se atengan a razones, un abaratamiento de las entradas, mayor afluencia de público, etcétera.

El formato del macro festival que comenzaba con la caída del sol y culminaba rayando el alba, donde las figuras del momento se ensalzaban en sabrosos mano a mano: Fosforito, Chocolate, Meneses, El Cabrero, Diego Clavel, Carmen Linares, Camarón, Lebrijano, Pansequito, Aurora Vargas, La Paquera, Juanito Villar, Juana del Revuelo, Turronero, Sordera, Curro Malena, Fernanda y Bernarda, Chano Lobato y Carmen de la Jara, entre otros, está, lamentablemente, condenado al ostracismo y consumido por los abusos arriba señalados.

En la actualidad, aunque haya festivales como el de Puente Genil u Ogíjares, entre otros, que sobrevivan a duras penas, la crisis y las circunstancias han dado lugar a festivales que confeccionan carteles de una manera más sostenible. Los formatos son: una o dos figuras de reconocido prestigio, una o dos figuras locales, baile y jóvenes artistas para completar cartel.

Esta estructura, que por los costos es más viable para los tiempos que corren, sigue siendo variada, atractiva, sigue teniendo público, cumple la función de velar por la continuidad del flamenco con la oportunidad a los jóvenes o la inclusión de artistas locales, siempre quejosos con la idea de que sus programadores vecinos gastan el dinero en traer figuras foráneas y a la vez cuenta con nombres de enganche que aseguran los llenos. El mejor reparto de los fondos públicos como ayuda a que sobrevivan estos festivales en Andalucía, sin distinción alguna, debería constituir uno de los desafíos claves de la Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco.

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