"Con los rockeros me llevo mejor: soy más heavy metal"
El periodista Paco Espínola y el cantaor Juan Pinilla entrevistaron a la leyenda del flamenco para un programa de la cadena Granada Televisión
PACO ESPÍNOLA · JUAN PINILLA / GRANADA | ACTUALIZADO 13.12.2010 - 17:56
Enrique Morente Cotelo nació en Granada en 1942. Está considerado el cantaor actual más importante. A sus múltiples trabajos discográficos y palmarés de reconocimientos, se le suma una carrera artística impresionante. Morente ha cuajado un sello cantaor que es seguido por gran parte de los jóvenes flamencos, destacando entre todos su hija Estrella, que ha supuesto una renovación del propio sello morentiano. Enrique Morente, que se formó musicalmente en Madrid al lado de Pepe el de la Matrona o Pericón de Cádiz, ha visitado prácticamente el mundo entero. Recientemente ha sido homenajeado en el Festival de las Minas de La Unión y ha obtenido, entre otros, el galardón Compás del cante o el premio Niña de los Peines de la Junta de Andalucía.
Paco Espínola: Su mujer, Aurora, fue una magnífica bailaora y tiene gran sensibilidad como cantaora, su hijo Enrique apunta maneras como cantaor, su hija Soleá canturrea con gracia, Estrella ha hecho realidad su nombre... ¿Artísticamente, usted manda en su casa?
Enrique Morente: Cuando se van todos a la calle, sí. Entonces aprovecho y me creo un campeón y el comandante de la casa. Tengo bastante dominio, sobre todo en la cocina.
P.E.: ¿Qué consejos artísticos les da a sus hijos?
E.M.: Que sean respetuosos y amadores del cante clásico. No hay más que uno: el cante flamenco. Y luego que hagan caso a los buenos artistas, pero no siempre, y si es familia allegada nunca.
Juan Pinilla: ¿Cuándo pasa un alumno a ser maestro?
E.M.: En el flamenco no hay maestros, hay discípulos. No hay maestros, porque no hay una técnica para enseñar a cantar, como no hay una técnica, no hay una forma, porque no hay una pedagogía. Ya hay cantaores jóvenes que se han especializado, cantaores que pueden dar clases y gente preparada consciente de que una cosa es ser un buen artista y otra un buen enseñador, tener una buena pedagogía para que comprenda el discípulo el cante, de eso aún hay pocos. Pero, vamos, yo pertenezco a la generación donde no había maestros.
P.E.: La industria se empeña en ponerle etiquetas a todo, sin embargo, el gran compositor Igor Stravinsky decía que la música solo tiene dos clasificaciones: buena y mala.
E.M.: Genial, muy sencilla, pero verdadera, total. El arte no debe tener cortapisas, con libertad todo es posible. Lo que importa es el resultado.
J.P.: ¿Le molesta la etiqueta de revolucionario?
E.M.: Un poco. Algunas veces me gusta mucho. Pero, la verdad, es que todas las revoluciones han sido sangrientas y no me imagino yo cortando cabezas.
P.E.: ¿Hoy se está haciendo la música más interesante de la historia del flamenco y la peor literatura de la historia del flamenco?
E.M.: Hoy se hace otra música, la de este momento; pero la mejor se hizo en la época de Marchena, Tomás Pavón, la Niña de los Peines, Carmen Amaya en el baile, la guitarra de Ramón Montoya, Manolo de Huelva, ésa es insuperable. Como no se puede superar la época de Bach, de Mozart o de Beethoven. Ahora se hace muy buena música, hay mucha gente muy preparada, con talento. Técnicamente no ha habido tanta cantidad y de la cantidad sabemos que sale muchas veces la calidad. Hay que ser optimista y estimular a los jóvenes y sólo decirles que se puede hacer de todo, pero si se quiere ser cantaor, hay que ser aficionado respetuoso del cante, y después cante usted en lo alto de un trapecio o en lo alto del campanario de la catedral si le deja el obispo...
P.E.: ¿Le gustaría cantar en el campanario de la catedral de Granada?
E.M.: Iba a hacerlo, pero me pusieron una zancadilla y no pude. Iba a cantar en homenaje a Pepe Guerrero, mi querido e inolvidable pintor que conocí en Nueva York y granadino excepcional. Se habló dos o tres veces, pero debo tener una fama de rojo asqueroso o algo así, que cuando voy a entrar no me dejan.
P.E.: ¿No le dejan entrar ni a arrepentirse?
E.M.: A rezar nada más y desde la calle. Pero yo siempre entro a todos los templos con el máximo respeto porque hay gente que está rezando.
J.P.: ¿Conoce a algún artista que esté agradecido con Granada?
E.M.: Mmmm. Un amigo mío. Hombre, todos los granadinos queremos mucho a Granada. Y los que salimos fuera más, y más granadinos nos sentimos. Estuve tres meses y medio en Rusia y me creí que estaba en Graná. Pasé varias veces por la puerta del Kremlin con un lobazo… Porque el champán ruso es muy dulce, muy malo, y lo mezclas con el vodka que es buenísimo, y te estás rascando la cabeza un mes y medio, y con lo que estaba cayendo allí, pasé aquello nevando por la noche. Los flamencos siempre tenemos la mala sombra de descubrir el único sitio abierto que hay en el pueblo más ancestral, más lejano, y siempre damos con él, desgraciadamente.
J.P.: ¿Se puede hacer arte al margen de lo que ocurre en la calle?
E.M.: No se puede sentar cátedra de cómo se tiene que hacer el arte. Pero yo creo que un artista tiene que vivir lo que pasa en su entorno.
P.E.: ¿Por qué el flamenco es de izquierdas y los flamencos son de derechas?
E.M.: Porque nos arrimamos al sol que más calienta. Si vemos la amenaza tan tremenda de la crisis tenemos que ir para donde nos convenga: que ves que gana la derecha, ¡a la derecha!; que la izquierda, ¡a la izquierda!; ¿el centro? ¡pal centro! Menos p'atrás, para cualquier sitio.
J.P.: ¿Estamos aprendiendo algo de la crisis?
E.M.: A mí me preocupa la crisis porque vengo del mundo del currelo y, lógicamente, voy a estar siempre al lado del trabajador. Pero me preocupa más la crisis de África. A ver si de una vez los poderes económicos, los países ricos y los ciudadanos que pertenecemos a ellos tenemos la mínima calidad humana para ayudar y quitar gran parte de la miseria y de la indignidad que vive África.
J.P.: Y la cultura, ¿está aprendiendo algo de la crisis?
E.M.: La incultura, sí, bastante.
P.E.: Dice el PP que es el partido de los trabajadores, ¿cuál es el partido de los vagos?
E.M.: El mío. Parte del año estoy apuntado a él. Nos juntamos unos cuantos en un bar, ya te daré la dirección, y no hacemos nada, no tenemos ni ganas de hablar. Sólo nos sentamos allí, "hola qué tal", beber sí bebemos, pero poco más, arreglamos el mundo en dos minutos para tranquilizarnos, y realmente no nos importa nada más que nosotros, nuestra soledad y nuestra pereza.
P.E.: El Estatuto de Autonomía andaluz declara al flamenco Patrimonio singular de Andalucía. ¿Qué pasa con Murcia y Extremadura, por no hablar de Madrid y Cataluña?
E.M.: Bueno, y yo conozco al Arenque, un cantaor holandés, desaparecido el año pasado y que cantaba muy bien. Hispanista, gran aficionado y conocedor del cante. El flamenco a medida que se universaliza se hace más grande.
P.E.: Quieren declararlo Patrimonio de la Humanidad.
E.M.: Yo voy a crear un colectivo que reivindique a la humanidad patrimonio del flamenco. A ver si fuera posible al revés para que la gente se humanizara un poco, dicen que la música amansa al león.
J.P.: A usted, quién lo entiende mejor: ¿los flamencos o los rockeros?
E.M.: Con los rockeros me llevo mejor. Yo soy un cantaor sin identidad: ¿de dónde es mi cante? ¿de dónde vengo? ¿de dónde soy? Hombre, sé que mi familia viene de Pinos, una familia buenísima, que nací en el Albayzín, que escuchaba flamenco en las tabernas y que mi madre cantaba más bien que todo. Ella tenía el la absoluto, me di cuenta después, por unas cositas que le grabé. Pero yo soy más bien heavy metal, me parece, que tampoco estoy muy seguro.
J.P.: Cuando usted tenía 20 años Pepe Marchena lo presentó en el Festival de las Minas de La Unión diciendo: "Este va a ser el futuro del mañana". ¿Qué pensó?
E.M.: Era un hombre tan cordial que me sonó a presentación de estímulo a un joven y no le di otra credibilidad que la del agradecimiento y el asombro. Recuerdo que se metió para dentro, yo empecé a cantar, y cuando se apagó la luz, apareció al principio de la segunda parte con un traje blanco y un sombrero, todo el mundo que estaba por los bares decía: "¡Mira, Pepe Marchena!". Bernardo de los Lobitos me invitó a escuchar a Pepe y aún tengo los sonidos de cómo cantó esa noche, el último árabe del cante andaluz.
P.E.: Una vez usted contó la anécdota que estando en Japón le pareció escuchar a Marchena…
E.M.: No, era a Aurelio Sellés. Yo creía que habían puesto un disco de Aurelio, pero no. Entré en un tablao donde había un cuadro flamenco con unas gitanas guapísimas, muy bien peinadas; a los guitarristas sí se les veía ya la cara de asiáticos. El cantaor hacía un cante de Aurelio Sellés que decía: Cuando Dios te llame a puertas / no le digas al confesor / lo que tu has hecho conmigo / porque no echa la absolución. Y se oía una voz que decía: "¡Olé Aurelio, viva Aurelio!", él mismo se decía "¡olé!" porque lo había calcado del disco. Los japoneses tienen mi admiración y mi respeto.
P.E.: ¿Cómo es el Picasso que ha presentado usted?
E.M.: Yo quería que tuviera tres o cuatro narices, ocho orejas, la cabeza al revés, un poco de inspiración y fidelidad y tributo a un pintor que el mundo admira por su altura artística. Yo lo admiro por su actitud, siempre quiso ser fiel a su convicción de español y republicano, un hombre que nunca quiso dejar de ser malagueño. He pretendido, desde mi modesta posición, reivindicarlo.
P.E.: ¿Para qué sirven los flamencólogos?
E.M.: Hay de todo: buenos, regulares, horribles, pesados, graciosos, con humor y amadores de la investigación, el fin de la flamencología. La palabra flamencólogo creo que la invento Anselmo González Climent, un argentino hijo de gaditanos. Hay grandes flamencólogos: José Blas Vega, José Luis Ortiz Nuevo y muchos a quienes hay que agradecer su trabajo. Claro, hay quien ha escrito ocho libros de flamencología en un mes, mire usted, ¿ocho libros?, si aún no me he leído el primero…
P.E.: Y usted va e inventa la palabra flamencólico, ¿como adaptación?
E.M.: Qué malo es usted. Sí, una pequeña adaptación. Me los eche a todos encima, tuve la mala suerte de que algunos flamencólogos, pocos buenos, se dieron por aludidos y también me los eché encima, con lo cual me los eché encima a todos, a la derecha y a la izquierda.
P.E.: Desde hace unos años la crítica le trata muy bien, ¿le preocupa?
E.M.: Más que preocuparme me ocupa bastante tiempo, porque las compro. Toda la crítica está pagada, mando muchos sobres, pero vacíos… Bueno, ahora la cosa va mejor aunque todavía hay críticas de cuando yo parecía el hermano del Lute en vez de un cantaor. Hay mucha gente que tiene su opinión y yo la respeto. Y como se ha dicho de todo de mí, algunas cosas son ciertas.
P.E.: John Coltrane, decía: "Yo les enseño técnica a mis alumnos y luego les enseño a que olviden toda esa mierda". ¿Está de acuerdo?
E.M.: Es un poco verdad. La técnica en el flamenco es muy difícil de explicar, sobre todo en el cante. A lo mejor no soy un gran técnico, pero muchas veces prefiero cantar en libertad, que ajustado a una cuadratura que no diga nada.
Paco Espínola: Su mujer, Aurora, fue una magnífica bailaora y tiene gran sensibilidad como cantaora, su hijo Enrique apunta maneras como cantaor, su hija Soleá canturrea con gracia, Estrella ha hecho realidad su nombre... ¿Artísticamente, usted manda en su casa?
Enrique Morente: Cuando se van todos a la calle, sí. Entonces aprovecho y me creo un campeón y el comandante de la casa. Tengo bastante dominio, sobre todo en la cocina.
P.E.: ¿Qué consejos artísticos les da a sus hijos?
E.M.: Que sean respetuosos y amadores del cante clásico. No hay más que uno: el cante flamenco. Y luego que hagan caso a los buenos artistas, pero no siempre, y si es familia allegada nunca.
Juan Pinilla: ¿Cuándo pasa un alumno a ser maestro?
E.M.: En el flamenco no hay maestros, hay discípulos. No hay maestros, porque no hay una técnica para enseñar a cantar, como no hay una técnica, no hay una forma, porque no hay una pedagogía. Ya hay cantaores jóvenes que se han especializado, cantaores que pueden dar clases y gente preparada consciente de que una cosa es ser un buen artista y otra un buen enseñador, tener una buena pedagogía para que comprenda el discípulo el cante, de eso aún hay pocos. Pero, vamos, yo pertenezco a la generación donde no había maestros.
P.E.: La industria se empeña en ponerle etiquetas a todo, sin embargo, el gran compositor Igor Stravinsky decía que la música solo tiene dos clasificaciones: buena y mala.
E.M.: Genial, muy sencilla, pero verdadera, total. El arte no debe tener cortapisas, con libertad todo es posible. Lo que importa es el resultado.
J.P.: ¿Le molesta la etiqueta de revolucionario?
E.M.: Un poco. Algunas veces me gusta mucho. Pero, la verdad, es que todas las revoluciones han sido sangrientas y no me imagino yo cortando cabezas.
P.E.: ¿Hoy se está haciendo la música más interesante de la historia del flamenco y la peor literatura de la historia del flamenco?
E.M.: Hoy se hace otra música, la de este momento; pero la mejor se hizo en la época de Marchena, Tomás Pavón, la Niña de los Peines, Carmen Amaya en el baile, la guitarra de Ramón Montoya, Manolo de Huelva, ésa es insuperable. Como no se puede superar la época de Bach, de Mozart o de Beethoven. Ahora se hace muy buena música, hay mucha gente muy preparada, con talento. Técnicamente no ha habido tanta cantidad y de la cantidad sabemos que sale muchas veces la calidad. Hay que ser optimista y estimular a los jóvenes y sólo decirles que se puede hacer de todo, pero si se quiere ser cantaor, hay que ser aficionado respetuoso del cante, y después cante usted en lo alto de un trapecio o en lo alto del campanario de la catedral si le deja el obispo...
P.E.: ¿Le gustaría cantar en el campanario de la catedral de Granada?
E.M.: Iba a hacerlo, pero me pusieron una zancadilla y no pude. Iba a cantar en homenaje a Pepe Guerrero, mi querido e inolvidable pintor que conocí en Nueva York y granadino excepcional. Se habló dos o tres veces, pero debo tener una fama de rojo asqueroso o algo así, que cuando voy a entrar no me dejan.
P.E.: ¿No le dejan entrar ni a arrepentirse?
E.M.: A rezar nada más y desde la calle. Pero yo siempre entro a todos los templos con el máximo respeto porque hay gente que está rezando.
J.P.: ¿Conoce a algún artista que esté agradecido con Granada?
E.M.: Mmmm. Un amigo mío. Hombre, todos los granadinos queremos mucho a Granada. Y los que salimos fuera más, y más granadinos nos sentimos. Estuve tres meses y medio en Rusia y me creí que estaba en Graná. Pasé varias veces por la puerta del Kremlin con un lobazo… Porque el champán ruso es muy dulce, muy malo, y lo mezclas con el vodka que es buenísimo, y te estás rascando la cabeza un mes y medio, y con lo que estaba cayendo allí, pasé aquello nevando por la noche. Los flamencos siempre tenemos la mala sombra de descubrir el único sitio abierto que hay en el pueblo más ancestral, más lejano, y siempre damos con él, desgraciadamente.
J.P.: ¿Se puede hacer arte al margen de lo que ocurre en la calle?
E.M.: No se puede sentar cátedra de cómo se tiene que hacer el arte. Pero yo creo que un artista tiene que vivir lo que pasa en su entorno.
P.E.: ¿Por qué el flamenco es de izquierdas y los flamencos son de derechas?
E.M.: Porque nos arrimamos al sol que más calienta. Si vemos la amenaza tan tremenda de la crisis tenemos que ir para donde nos convenga: que ves que gana la derecha, ¡a la derecha!; que la izquierda, ¡a la izquierda!; ¿el centro? ¡pal centro! Menos p'atrás, para cualquier sitio.
J.P.: ¿Estamos aprendiendo algo de la crisis?
E.M.: A mí me preocupa la crisis porque vengo del mundo del currelo y, lógicamente, voy a estar siempre al lado del trabajador. Pero me preocupa más la crisis de África. A ver si de una vez los poderes económicos, los países ricos y los ciudadanos que pertenecemos a ellos tenemos la mínima calidad humana para ayudar y quitar gran parte de la miseria y de la indignidad que vive África.
J.P.: Y la cultura, ¿está aprendiendo algo de la crisis?
E.M.: La incultura, sí, bastante.
P.E.: Dice el PP que es el partido de los trabajadores, ¿cuál es el partido de los vagos?
E.M.: El mío. Parte del año estoy apuntado a él. Nos juntamos unos cuantos en un bar, ya te daré la dirección, y no hacemos nada, no tenemos ni ganas de hablar. Sólo nos sentamos allí, "hola qué tal", beber sí bebemos, pero poco más, arreglamos el mundo en dos minutos para tranquilizarnos, y realmente no nos importa nada más que nosotros, nuestra soledad y nuestra pereza.
P.E.: El Estatuto de Autonomía andaluz declara al flamenco Patrimonio singular de Andalucía. ¿Qué pasa con Murcia y Extremadura, por no hablar de Madrid y Cataluña?
E.M.: Bueno, y yo conozco al Arenque, un cantaor holandés, desaparecido el año pasado y que cantaba muy bien. Hispanista, gran aficionado y conocedor del cante. El flamenco a medida que se universaliza se hace más grande.
P.E.: Quieren declararlo Patrimonio de la Humanidad.
E.M.: Yo voy a crear un colectivo que reivindique a la humanidad patrimonio del flamenco. A ver si fuera posible al revés para que la gente se humanizara un poco, dicen que la música amansa al león.
J.P.: A usted, quién lo entiende mejor: ¿los flamencos o los rockeros?
E.M.: Con los rockeros me llevo mejor. Yo soy un cantaor sin identidad: ¿de dónde es mi cante? ¿de dónde vengo? ¿de dónde soy? Hombre, sé que mi familia viene de Pinos, una familia buenísima, que nací en el Albayzín, que escuchaba flamenco en las tabernas y que mi madre cantaba más bien que todo. Ella tenía el la absoluto, me di cuenta después, por unas cositas que le grabé. Pero yo soy más bien heavy metal, me parece, que tampoco estoy muy seguro.
J.P.: Cuando usted tenía 20 años Pepe Marchena lo presentó en el Festival de las Minas de La Unión diciendo: "Este va a ser el futuro del mañana". ¿Qué pensó?
E.M.: Era un hombre tan cordial que me sonó a presentación de estímulo a un joven y no le di otra credibilidad que la del agradecimiento y el asombro. Recuerdo que se metió para dentro, yo empecé a cantar, y cuando se apagó la luz, apareció al principio de la segunda parte con un traje blanco y un sombrero, todo el mundo que estaba por los bares decía: "¡Mira, Pepe Marchena!". Bernardo de los Lobitos me invitó a escuchar a Pepe y aún tengo los sonidos de cómo cantó esa noche, el último árabe del cante andaluz.
P.E.: Una vez usted contó la anécdota que estando en Japón le pareció escuchar a Marchena…
E.M.: No, era a Aurelio Sellés. Yo creía que habían puesto un disco de Aurelio, pero no. Entré en un tablao donde había un cuadro flamenco con unas gitanas guapísimas, muy bien peinadas; a los guitarristas sí se les veía ya la cara de asiáticos. El cantaor hacía un cante de Aurelio Sellés que decía: Cuando Dios te llame a puertas / no le digas al confesor / lo que tu has hecho conmigo / porque no echa la absolución. Y se oía una voz que decía: "¡Olé Aurelio, viva Aurelio!", él mismo se decía "¡olé!" porque lo había calcado del disco. Los japoneses tienen mi admiración y mi respeto.
P.E.: ¿Cómo es el Picasso que ha presentado usted?
E.M.: Yo quería que tuviera tres o cuatro narices, ocho orejas, la cabeza al revés, un poco de inspiración y fidelidad y tributo a un pintor que el mundo admira por su altura artística. Yo lo admiro por su actitud, siempre quiso ser fiel a su convicción de español y republicano, un hombre que nunca quiso dejar de ser malagueño. He pretendido, desde mi modesta posición, reivindicarlo.
P.E.: ¿Para qué sirven los flamencólogos?
E.M.: Hay de todo: buenos, regulares, horribles, pesados, graciosos, con humor y amadores de la investigación, el fin de la flamencología. La palabra flamencólogo creo que la invento Anselmo González Climent, un argentino hijo de gaditanos. Hay grandes flamencólogos: José Blas Vega, José Luis Ortiz Nuevo y muchos a quienes hay que agradecer su trabajo. Claro, hay quien ha escrito ocho libros de flamencología en un mes, mire usted, ¿ocho libros?, si aún no me he leído el primero…
P.E.: Y usted va e inventa la palabra flamencólico, ¿como adaptación?
E.M.: Qué malo es usted. Sí, una pequeña adaptación. Me los eche a todos encima, tuve la mala suerte de que algunos flamencólogos, pocos buenos, se dieron por aludidos y también me los eché encima, con lo cual me los eché encima a todos, a la derecha y a la izquierda.
P.E.: Desde hace unos años la crítica le trata muy bien, ¿le preocupa?
E.M.: Más que preocuparme me ocupa bastante tiempo, porque las compro. Toda la crítica está pagada, mando muchos sobres, pero vacíos… Bueno, ahora la cosa va mejor aunque todavía hay críticas de cuando yo parecía el hermano del Lute en vez de un cantaor. Hay mucha gente que tiene su opinión y yo la respeto. Y como se ha dicho de todo de mí, algunas cosas son ciertas.
P.E.: John Coltrane, decía: "Yo les enseño técnica a mis alumnos y luego les enseño a que olviden toda esa mierda". ¿Está de acuerdo?
E.M.: Es un poco verdad. La técnica en el flamenco es muy difícil de explicar, sobre todo en el cante. A lo mejor no soy un gran técnico, pero muchas veces prefiero cantar en libertad, que ajustado a una cuadratura que no diga nada.
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